Hablemos de educación, no de política




Trataremos de hablar de educación sin hablar de política. Es complicado (más aún es este nuestro país), lo sabemos, pero no vamos a mencionar ni a un solo ministro ni a un solo partido político. Expondremos nuestra opinión, nada más, (después, que cada uno valore si se han de tomar cartas en el asunto).

La educación en España se legisla (vaya hombre, ya salió un término político) de acuerdo con tres puntos básicos:

El primero consiste en limitar la potestad de los maestros de educación primaria para que no tengan oportunidad de frenar el adoctrinamiento en las escuelas: segregación del alumnado (los niños listos con los niños listos, los niños “tontos”, con los “tontos”), limitación del desarrollo de las capacidades y talentos individuales (homogenización), masificación de las aulas para que no haya una atención excesiva hacia el alumno (alienación)…

El segundo radica en crear una campaña de desprestigio contra las humanidades (¡las letras no sirven para nada!). Se habla de que no son productivas, pero no se menciona lo que sí que son: reflexivas. Un ciudadano productivo pero no reflexivo jamás se cuestionará el funcionamiento del Estado, no desarrollará su moral (porque no estudió filosofía), no comprenderá el medio en el que vive (porque no aprendió geografía e historia) y no poseerá un pensamiento crítico (porque no se dio importancia a la filología y la literatura).

El tercero y último (pero no por eso el menos importante) se fundamenta en el encarecimiento de los estudios universitarios y en la reducción de becas para tales fines (¿quién concede las ayudas?). Esta práctica (que afortunadamente hoy todavía se combate) favorece a las clases privilegiadas (porque sí, señores, vivimos en una sociedad estamentada, como en la Edad Media) frente a las clases bajas, ya que limita el acceso de estas segundas a la enseñanza superior y, por ende, a puestos de trabajo con repercusión académica, económica, política (¡aquí está otra vez!) y social.

El resultado de este trío es fácil de calcular: se adiestran clones, se les impide aprender a pensar por sí mismos y se prohíbe que opten a carreras que conlleven poder social.

El camino es lento, porque hay que borrar los progresos pasados y aleccionar y someter a las nuevas generaciones. Sin embargo, se está haciendo, lo están consiguiendo (hmm, ¿quiénes?): están creando un nuevo mundo de borregos, educados para consumir productos que enriquecen a grandes directivos y a banqueros, que se sienten felices porque en televisión ponen fútbol y porque se creen más inteligentes que los tertulianos de Sálvame, mientras que, inconscientes (como buenos borregos que son), permiten que aquellos que les explotan con jornadas inhumanas, salarios paupérrimos y condiciones indecentes les hablen de democracia.

Pero claro, ¿cómo van a saber qué es democracia, si nadie les explicó que “demo-” significa pueblo y “-cracia” poder?

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