Personas viejas. Tecnologías nuevas


Me pregunto una cosa. Y eso está guay, porque hacía mucho que no pensaba. Y lo digo en serio. He estado primero tan estresada y después tan medicada que se me había olvidado lo que era plantearse cuestiones a uno mismo.

Volviendo: me pregunto una cosa. Como somos muy poco prepotentes y nada egocéntricos hemos comenzado a llamar a nuestra época la “Era del Conocimiento” (fue una lástima que adjudicásemos tan rápido el nombre de “Edad Moderna”, la verdad, pero ¿quién iba a sospechar ni por asomo que aparecerían los hípsters?).

Me fui otra vez. Retomo. Me pregunto una cosa. Como somos extremadamente modestos llamamos a nuestra época la “Era del Conocimiento”, y supongo que es así porque tecnológicamente hemos avanzado más en los últimos veinte años que cualquier otra población humana en cualquier otro periodo histórico. Y yo, corregidme si me equivoco, lo que veo, es que hay una serie de cosas que no me cuadran.

Primero voy a contextualizar.

Por un lado, se ha avanzado una barbaridad en medicina, por ejemplo. Gracias a esos avances ahora vivimos más y tenemos una calidad de vida mucho mayor. Prueba de ello es que, aunque biológicamente no estamos preparados para llegar a los ochenta o noventa años, ya lo hacemos. Y esto, se prevé, no va a parar aquí, sino que con los avances que están por llegar: nanotecnología, prótesis, robótica…, vivamos mucho más y la esperanza de vida sobrepase los cien años.

Por otro lado, la tecnología de uso diario se renueva a una velocidad pasmosa. Voy a recurrir al tópico: un ordenador de hace cinco años ya es un dinosaurio. ¿Cuántas veces hemos cambiado de móvil en los últimos quince años? (Y digo quince para que el número asuste más). Y ahora pensemos en cuántas veces hemos cambiado el terminal fijo de nuestra casa (o cuántas veces lo cambiaron nuestros padres), por poner una comparación análoga.

Antes de que terminemos de dominar una tecnología y mucho antes de que comencemos a comprender sus repercusiones sociales, esta ya ha quedado obsoleta y pasamos a la siguiente. Este hecho conlleva no solo un problema económico para nuestros bolsillos, porque, por supuesto, la generación a la que pertenezca nuestro teléfono móvil dice mucho de nosotros y eso es importante cuidarlo, sino que, a mayor escala, y a mi parecer, a medida que avanza el tiempo arrastra un problema de exclusión social. Y digo exclusión social porque con cada nueva generación de aparatos tecnológicos dejamos por el camino a una nueva generación de personas.

Habrá quien piense que esto es ridículo, porque igual que se aprende a dominar una tecnología, se puede aprender a manejar la siguiente, pero lo cierto es que existen muchísimas personas que van a la zaga de las tecnologías y que, por más que se esfuercen, nunca consiguen darle alcance. Pongo un ejemplo: la declaración de la Renta. Ya se tramita a través de internet. Y, seamos sinceros, gracias a que existen gestorías, hijos jóvenes o cuñados que “saben de ordenadores” las personas que ya han quedado excluidas de la tecnología pueden tener sus trámites en regla con el Estado.

Sin embargo, nadie sabe qué está por llegar, y todos estamos cansados de ver minireportajes que con un tono cómico nos hacen ver lo difícil que les resulta a los “mayores” comprender el mundo que los rodea.

Nosotros que, excluyendo causas dramáticas como puedan ser accidentes o similares, se supone que también nos haremos “mayores” algún día, y no solo mayores, sino muy mayores porque vamos a llegar a los ciento y pico años, ¿no nos podríamos ver también en la tesitura de no comprender cómo es y cómo funciona el mundo que nos rodea? ¿No acabaremos protagonizando… hologramas sobre lo ridículos que resultamos tratando de imprimir una hamburguesa para comer el día de mañana?

Y luego está el hecho de que, además de tecnológicamente, hemos cambiado a nivel social. Hay gente que continúa contrayendo matrimonio, o haciéndose pareja de hecho o simplemente viviendo en pareja; sin embargo, el número de personas que decide ampliar la unidad familiar es mucho menor. Existen muchas personas que deciden no tener descendencia. Pero es que quienes deciden sí tenerla, no se aventuran a dar rienda suelta a la naturaleza y dejar que actúe por su cuenta, como hacían nuestras abuelas, y permitir que vengan tantos hijos “como Dios quiera”, sino que como mucho tienen dos…

Entonces, si recapitulamos, en un futuro no muy lejano vamos a tener una población enormemente envejecida rodeada de aparatos que no saben para qué sirven ni cómo se utilizan.

Para concretar mi duda, he de contextualizar un poco más.

Traslademos todo esto que acabo de comentar al plano económico. Todo: los pocos jóvenes, los muchos mayores y las nuevas tecnologías.

A día de hoy, al menos en España, hacen falta cuatro trabajadores para sustentar a un pensionista, se ha tenido que aumentar la edad de jubilación en dos años y el número de estudiantes es mucho menor al de décadas pasadas. Todo esto es ya un problema por la crisis y la reforma laboral. Se acabó lo de encontrar trabajo en poco tiempo y no hablemos de lo de conservar un trabajo para toda la vida… Sumémosle la repercusión que va a traer consigo la tecnología.

Se puede pensar que, dado que la tasa de natalidad ha caído, la falta de mano de obra joven acabará por estabilizar las cosas y la demanda de trabajo aumentará a largo plazo. Pero…

La tecnología ya ha arrebatado muchos puestos de trabajo, lo que invita a suponer que pueda arrebatar muchos más. Si las cosas ya han cambiado y nuestro sistema laboral es precario, este hecho supondrá que se vuelva mucho más precario aún. Porque a pesar de que poniéndonos en plan optimista supongamos que todos los jóvenes acabarán por encontrar trabajo a pesar de los contratos basura, a pesar de las demandas imposibles de las empresas e, incluso, a pesar de que la tecnología usurpe puestos…, continúa dándose el hecho de que la población aumenta inversamente. Vamos a superar los cien años… Incluso aunque vuelva a aumentar la edad de jubilación… Vamos a superar los cien años…

Alguien ya andará diciendo “Tú duda es si estamos creando un mundo en el que queramos vivir”, pero no. Mi duda es la siguiente: ¿estamos creando un mundo en el que podamos vivir?

Entradas populares de este blog

Tetas, tetas, tetas

Vivir en el infierno, o tener de vecinos a Homer Simpson y señora

Carta a una excompañera