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Carta a una excompañera

Hola, compi: No nos conocemos muy bien, y puede que te preguntes que con qué derecho me meto en tus asuntos, pero ayer me contaron el incidente que habías tenido con Veneno y no pude evitar sentirme identificada plenamente contigo. Espero, por tanto, que no te moleste, sino que entiendas que lo hago porque no quiero que nadie más tenga que volver a padecer lo mismo que yo padecí durante el año y medio que pasé en la empresa. Cuando me dijeron que ibas a ser la nueva técnico, lo creas o no, lo primero que pensé fue ‹‹por favor, que Veneno no le haga lo mismo que me hizo a mí››. Y lo comenté varias veces, porque de verdad era algo que me angustiaba, por decirlo de alguna manera. Yo sé lo que es estar en el puesto que ocupas tú ahora. Lo más jodido (o JODIDO, porque es exagerado lo que se puede llegar a pasar con esa mujer) de todo es que, a pesar de que la gente alucina cuando le cuentas qué te ha dicho o te ha hecho, en el fondo nadie le da a las cosas que cuentas la import

¿Fue o no fue? Esa es la cuestión

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Un colega ha participado en una conversación en una red social en la que, podríamos decir, se ha formado un “debate” en torno a una fotografía en la que aparecían cuatro personajes: un personaje de Juego de tronos, Dobby (el elfo doméstico de Harry Potter), Jesucristo y Bing Bong (el amigo invisible de la película Inside out ). Acompañando a la fotografía aparecía una frase que decía, más o menos: “Si solo pudieses resucitar a uno, ¿a quién elegirías?”. Por si mi descripción del contexto no es lo suficientemente buena, paso a aclarar que el chiste está en que el autor de la fotografía considera a Jesucristo un personaje ficticio. Pues bien, leyendo los comentarios me ha dado por pensar: la humanidad está dividida entre los que creen y los que no creen en la existencia de Jesucristo (digo mitad porque no me voy a poner puntillosa con las cifras reales) y llevamos más de dos mil años tirándonos los trastos a la cabeza por este motivo. Los que creen afirman llevar la razón porque, ob

Ocho años en Villa del Tratado

Recientemente, en mi familia hemos sufrido la pérdida de un ser muy querido: madre, hermana, tía… Para mí, mi abuela. Se nos fue porque llegó su hora, como suele decirse, ya que, por más dura y valiente que demostró ser, los años no pasaron en balde. Durante más de ocho años, a causa de las limitaciones que impuso su enfermedad, se vio obligada a residir en la Residencia Villa del Tratado (y, por ende, nosotros nos vimos obligados a aprender a vivir con el hueco que dejó en casa; y no, visitarla diariamente durante dos horas no ayudaba a sobrellevar su ausencia). Esos ocho años son la razón por la que escribo estas palabras. Razón que va acompañada de dos motivos. El primero, que me gustaría agradecer públicamente la labor tan difícil, dura y necesaria que lleva a cabo cada día (y siempre con una sonrisa) el equipo de gerocultores y enfermeras. Desde aquí quiero hacerles llegar mi más sincero agradecimiento y todo mi cariño a Keka, Patri, Isabel, Olga, Belén, Lourdes, Penélop

Micromachismo y sororidad

Estos dos términos que titulan el post se han puesto de moda… Y me tocan un poco la moral. A lo mejor es que no los entiendo bien y por eso no me gustan, que no digo que no, pero si como yo pienso los comprendo a la perfección, tengo motivos más que suficientes para que me toquen… la moral. Si estoy en lo cierto, el micromachismo es esa práctica sutil y disimulada de machismo que impregna la cultura actual y que se manifiesta por medio de comentarios que han quedado enquistados en la sociedad, y que recurre a tópicos que desprestigian la figura de la mujer y que ayudan a mantenerla en una posición de sumisión. A simple vista, y si lo he definido bien, no parece que sea nada malo. El término, digo. Pero sí que es malo. Sí que es un término malo. Malo, malo, malo. Porque para mí, que he estudiado griego (y entre otras cosas me sirve para cabrearme), micro significa ‘muy pequeño’, con lo cual, un micromachismo es un ‘machismo muy pequeño’, y las cosas muy pequeñas parece qu

Personas viejas. Tecnologías nuevas

Me pregunto una cosa. Y eso está guay, porque hacía mucho que no pensaba. Y lo digo en serio. He estado primero tan estresada y después tan medicada que se me había olvidado lo que era plantearse cuestiones a uno mismo. Volviendo: me pregunto una cosa. Como somos muy poco prepotentes y nada egocéntricos hemos comenzado a llamar a nuestra época la “Era del Conocimiento” (fue una lástima que adjudicásemos tan rápido el nombre de “Edad Moderna”, la verdad, pero ¿quién iba a sospechar ni por asomo que aparecerían los hípsters?). Me fui otra vez. Retomo. Me pregunto una cosa. Como somos extremadamente modestos llamamos a nuestra época la “Era del Conocimiento”, y supongo que es así porque tecnológicamente hemos avanzado más en los últimos veinte años que cualquier otra población humana en cualquier otro periodo histórico. Y yo, corregidme si me equivoco, lo que veo, es que hay una serie de cosas que no me cuadran. Primero voy a contextualizar. Por un lado, se ha avanzado una

De nuevo con ustedes, María cabreada

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Será porque hace mucho que no escribo, será porque vuelvo a tener la oficina en casa y eso me ahorra desplazamientos, será porque me he cabreado viendo un anuncio… Será por lo que sea o por todo lo mencionado a la vez, pero lo cierto es que hoy me apetecía publicar un post porque me siento estafada. Y ha sido gracias a Marcelo y sus coleguis futbolistas que me he dado cuenta del gran timo que me están colando. Actualmente se emite en televisión un anuncio de una conocida marca de productos cosméticos y balones de playa, que se caracteriza por su bonito color azul con tipografía blanca… Bueno, esto es lo de menos. El caso es que están Marcelo y cía con la piel súper seca por pasarse el día echando pulsos y evitando tornados en descapotable, y deciden ir a los vestuarios (¿por qué no al baño de su casa? No lo sé. Igual que no sé por qué se dedican a conducir descapotables entre tornados) para hidratarse bien el cutis. Pero cuando abren el casillero, ¡oh! sorpresa, es

A mis niños

Me miro al espejo y pienso “estoy igual que hace diez años”. Miro a vuestros padres a la cara y pienso “están igual que hace diez años”. Luego les miro a los brazos y me doy cuenta de que no. Porque ahí, hechos un pequeño rebujo de carne rosita, mocos y babas adorables, estáis vosotros, mirando con vuestros grandes ojos y deshaciéndonos el corazón a todos con vuestras sonrisas desdentadas. Yo no he tenido náuseas mañaneras, ni dolor de riñones; y mucho menos aún he sufrido fuertes contracciones (o desgarramientos) por traeros a este mundo. Yo simplemente me he limitado a esperar impaciente. Cuando me dijeron que estabais en camino me emocioné. Cuando vi vuestras ecografías (aunque era incapaz de localizaros) me emocioné. Cuando vi vuestras primeras fotografías me emocioné. Y cuando os sostuve en brazos por primera vez y todos (¡todos sin excepción!) me agarrasteis el dedo índice con vuestras pequeñas manitas de uñas requeteafiladas, me emocioné aún más. A vuestros padres