A mis niños


Me miro al espejo y pienso “estoy igual que hace diez años”. Miro a vuestros padres a la cara y pienso “están igual que hace diez años”. Luego les miro a los brazos y me doy cuenta de que no. Porque ahí, hechos un pequeño rebujo de carne rosita, mocos y babas adorables, estáis vosotros, mirando con vuestros grandes ojos y deshaciéndonos el corazón a todos con vuestras sonrisas desdentadas.

Yo no he tenido náuseas mañaneras, ni dolor de riñones; y mucho menos aún he sufrido fuertes contracciones (o desgarramientos) por traeros a este mundo. Yo simplemente me he limitado a esperar impaciente.

Cuando me dijeron que estabais en camino me emocioné. Cuando vi vuestras ecografías (aunque era incapaz de localizaros) me emocioné. Cuando vi vuestras primeras fotografías me emocioné. Y cuando os sostuve en brazos por primera vez y todos (¡todos sin excepción!) me agarrasteis el dedo índice con vuestras pequeñas manitas de uñas requeteafiladas, me emocioné aún más.

A vuestros padres, sin duda, les habéis cambiado la vida. De momento les robáis horas de sueño; también, y más a menudo de lo que jamás lograréis imaginar, muchas sonrisas de orgullo a pesar de que no sabíais sujetar la cabeza.

Pero a mí también me la habéis cambiado. Adoro a vuestros padres, pero los habéis transformado (y ellos lo saben, tranquilos) en ciudadanos de segunda.

Durante mis visitas hablamos, y no puedo decir que me dé igual lo que tengan que contarme, pero sí que es cierto que prefiero mil veces mirar cómo vosotros aporreáis cualquier cosa que encontráis contra la mesa o cómo dais vuestros primeros pasos con mayor o menor seguridad.

Sé que para vosotros no soy nadie; solo un medio de transporte ocasional que os ayuda a desplazaros del punto A al punto B sin esfuerzo.

Y también que no siempre os apetece que os dé besos en plan abuela o que os achuche como si no fuese a veros nunca más… pero os tenéis que aguantar, porque a vuestros padres les quiero y a vosotros os adoro.

A partir de ahora se acabó el trasnochar por pasar la noche bailando al ritmo de Sean Paul, bebiendo mojitos o echando una partida al juego de turno.

Vuestros padres se transformaron en adultos responsables el día en que decidieron traeros a este mundo. Y yo me he transformado en una el día en que llegasteis a él.

Nunca podré decir de vosotros que habéis heredado mis ojos, que tenéis mi mismo temperamento o que dormís en la misma postura que yo. Eso lo da la sangre. Pero pongo a los dioses por testigos de que no cejaré en mi empeño de conseguir que cada vez que un adulto os haga renegar, levantéis el puño al cielo y digáis “Me cagüen…”, para saber que, además de El pollo Pepe, yo también he puesto mi granito de arena.

Y ahora me vais a perdonar, pero no puedo cerrar este post de una manera que no sea moñas. No os avergonzaréis nunca de esto porque cuando tengáis edad suficiente para entender, ya no habrá ni blog ni leches que os saque los colores. Tranquilos.

Lo dicho, perdonadme, pero os quiero, chiquitines.

Entradas populares de este blog

Tetas, tetas, tetas

Vivir en el infierno, o tener de vecinos a Homer Simpson y señora

Carta a una excompañera