Ocho años en Villa del Tratado


Recientemente, en mi familia hemos sufrido la pérdida de un ser muy querido: madre, hermana, tía… Para mí, mi abuela. Se nos fue porque llegó su hora, como suele decirse, ya que, por más dura y valiente que demostró ser, los años no pasaron en balde.

Durante más de ocho años, a causa de las limitaciones que impuso su enfermedad, se vio obligada a residir en la Residencia Villa del Tratado (y, por ende, nosotros nos vimos obligados a aprender a vivir con el hueco que dejó en casa; y no, visitarla diariamente durante dos horas no ayudaba a sobrellevar su ausencia).

Esos ocho años son la razón por la que escribo estas palabras. Razón que va acompañada de dos motivos. El primero, que me gustaría agradecer públicamente la labor tan difícil, dura y necesaria que lleva a cabo cada día (y siempre con una sonrisa) el equipo de gerocultores y enfermeras. Desde aquí quiero hacerles llegar mi más sincero agradecimiento y todo mi cariño a Keka, Patri, Isabel, Olga, Belén, Lourdes, Penélope, Alina, Loida, Raquel… y a todos aquellos cuyo nombre me dejo en el tintero no por pereza a la hora de escribir, sino porque, después de tanto tiempo, me falla la memoria. Ellos, que sabiendo que mi abuela era incapaz de mantener una conversación y que, con el tiempo, incluso, acabó por enmudecer casi por completo, charlaban con ella a diario como si tal cosa, la llamaban por su nombre y le dedicaban cumplidos y palabras cariñosas. Un equipo de campeones que, yendo más allá de lo que su obligación contractual les requería, tuvieron la deferencia de hacernos llegar sus condolencias en persona acudiendo al velatorio.

El segundo motivo es menos agradable. De hecho, es todo lo contrario. Porque no todo es maravilloso como intenta hacer creer www.residenciavilladeltratado.com o la entrevista informativa que se realiza en las instalaciones cuando una persona o una familia indagan en busca de información.

El agradecimiento que me inspiran sus trabajadores es directamente proporcional al rechazo que me infunde la persona a cargo de las instalaciones. Y ese rechazo es tal, que no pienso desperdiciar mi tiempo ni siquiera mentando su nombre. Baste tan solo saber que se trata de un “caballero” tan indolente, que ha decidido que su trabajo le importa tan poco como para no hacer nada. Eso sí, sin olvidar cobrar su sueldo todos los meses.

Para empezar, su horario es de risa: su jornada comienza cuando llega y concluye cuando se marcha (después de ocho años acudiendo a Villa del Tratado he sido incapaz de descubrir cuál es); y no pierde su tiempo en pequeñeces como saber quién es quién entre los residentes o qué necesidades particulares tiene cada uno. Eso deben de ser minucias.

Tampoco soy capaz de entender cómo un hombre que, se supone, cuenta con tanta experiencia en la gestión de una residencia para la tercera edad considera más que suficientes 9 o 12 minutos para levantar, asear, vestir y llevar a desayunar a una persona que no puede hacerlo por sí misma. Más aún, que no se sujeta de pie porque bien necesita un andador o (como la mayoría de los residentes) una silla de ruedas. ¡Esos 9 o 12 minutos no nos dan de sí para levantarnos, asearnos, vestirnos y prepararnos para desayunar a personas jóvenes y sanas que solo tenemos que preocuparnos de nosotros mismos! Reto a cualquiera a que lo intente… No hay dinero para más personal, dice.

Pero su desidia no concluye ahí, porque no es solo que no conozca el nombre de ni uno solo de los residentes o que considere que acarrearlos de acá para allá como si fuesen trastos viejos (personas que llegan a pagar la friolera de 1.800 €, y más, para estar atendidas), sino que realiza una labor de gestión tan pésima y tiene tal desfachatez, que se permite el lujo de justificar a las familias que no es posible que haya enfermeras las 24 horas del día en la residencia… Es más, trata de argumentar que es lógico que durante cuatro días seguidos a la semana no haya personal médico por las tardes. Algo realmente prudente, sí señor, si se piensa en que el 90% de los residentes son personas dependientes, con serias limitaciones y enfermas. No hay dinero, dice.

Para él es perfectamente normal que el médico que ocupa la plaza no solo no tenga que acudir a diario a su despacho, sino que además es muy razonable que, en lugar de trabajar, se dedique a estudiar unas oposiciones para optar a un puesto “mejor” (me encantan los médicos que consideran que el bienestar y la salud de unas personas es más importante que el de otras. Me pregunto si esto lo comentaría durante su entrevista de trabajo).

Los residentes y familiares, incluso, tenemos que comulgar con decisiones tan cabales como que, si un residente necesita asistencia sanitaria de algún tipo, pero el médico está solo, porque, como digo, no siempre hay enfermeras, porque, como dice él, no hay dinero, esa asistencia no se lleva a cabo (repito, NO SE LLEVA A CABO, traduzco, NO SE ATIENDE A LA PERSONA AFECTADA), o ha de llamarse al 112. Puede parecer ridículo, pero no lo es. ¿Cuánta gracia le haría a él atragantarse y que, en lugar de ser atendido, tuviese que esperar mientras se pone azul y le falta el aire a que llegase una ambulancia? Seguro que en ese momento le entraba la risa al ver al médico que contrató estudiando las oposiciones…

Pero estas cosas la mayoría de la gente no las ve, y quienes sí las vemos, bien por idiotas bien por miedo a que se tomen represalias contra nuestros seres queridos, cerramos la boca y no denunciamos. De poco sirve hablar con él, puesto que como tiene un oído enfrente del otro, la información le entra por un lado y le sale por el otro. Espero, por tanto, que sí que tenga ojos y que, en medio de su ociosidad, alguien le induzca a leer esta carta para que, si no se le cae la cara de vergüenza, al menos, le cueste dormir por las noches. Es más, espero que, si de verdad tiene conciencia, recuerde que trabaja con PERSONAS y no con sacos de patatas para que cambie su actitud.

Para terminar, solo me resta decir: gracias, Carlos, por más de ocho años de miedo y frustraciones (¡porras, al final se me escapó el nombre!).

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