Nuevos nombres, nuevas modas y abuelillos

Siempre he dicho de mi propia persona que, al haberme criado en lo más profundo de Castilla La Vieja, me he vuelto como la tierra: áspera, seca, desconfiada y reticente... Los que hayan hablado con gente de Valladolid entenderán por qué lo digo.

El caso es que, mientras que no se haga daño a nadie, no me molestan ni las modas ni los gustos ajenos. Algunos los puedo entender, como comprarse determinado tipo de ropa o hacerse determinados pendientes... Otros no: como llamar a un hijo "Jason" en vez de Jasón, "Michael" en vez de Miguel o Kevin si detrás no va el consabido Costner. Igual que tampoco entiendo la necesidad de llamar a las hijas Iovanna o Vanessa teniendo los preciosos Juana y Juanita castellanos (que es lo que los otros dos significan en realidad).

Y bueno, no lo entinedo, pero lo respeto. Es muy habitual últimamente... ¿Una moda? No lo sé. Lo que pasa es que... cuando me pongo a pensar en el futuro e imagino a hombres y mujeres diciéndoles a sus hijos: "Venga, cariño, vamos a casa de la abuelita Jessica" o "Vamos, Pablo, que hoy comemos con el abuelo Ethan"... Pues no lo concibo. Y menos aún si pienso que la abuelita Jessica tiene tatuado un tribal donde la espalda pierde su casto nombre, y que al abuelo Ethan le ha quedado la muda de piel de lo que antes fue un dragón.

Supongo que todo es cuestión de acostumbrarse, pero creo que con las nuevas modas nos hemos cargado a las futuras generaciones de abuelillos entrañables.

Aunque, ¿quién sabe? Quizás, los abuelos del futuro en vez llevar a los nietos a montar en bici o a columpiarse al parque, les enseñemos a jugar a la videoconsola, y como para ellos ya será algo totalmente pasado de moda, el concepto de "entrañable" permanecerá intacto a pesar de que nos llamemos Jonathan en lugar de Eustaquio.

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