Si puedo, no quiero


Hubo un tiempo en el que tener un libro era un privilegio para gente rica.
Antes de Gutenberg, quien quería poseer uno, debía buscarse a un copista al que contratar y un alma caritativa que le prestase un volumen con el que empezar la tarea de reproducción.

Luego, con la imprenta, las cosas mejoraron. Pero aún así, la economía de uno debía de ser lo suficientemente desahogada como para correr con un gasto así.

Y ahora que las nuevas tecnologías nos permiten crear copias de libros como si fuesen churros, resulta que la gente no lee. Nos atraen más los espacios televisivos, las películas cinematográficas o los videojuegos que un "simple" libro...

No quiero decir que sea malo que existan ofertas de ocio diferentes. Pero tampoco es bueno dejar que nuestras ideas se nutran de "productos finalizados". En vez de imaginar, meditar y aprender, simplemente asumimos lo que otros han fabricado.

Tenemos las neuronas refritas de tanto sobrestímulo. Hemos dejado de soñar con nuestros paraísos propios para conformarnos con los paraísos que diseñan unos pocos.

Deberíamos detenernos un momento y reflexionar: tras años de carrera tecnológica, ¿no habremos perdido nuestra propia esencia por el camino? ¿No habremos olvidado quiénes somos? 

Porque, por buenas que quieran ser las historias que nos cuentan las "sitcom," los videojuegos y demás opciones pixeladas, nunca serán igual de maravillosas que cualquier invención que seamos capaces de crear por nosotros mismos.

¿Quieres leer? Visita esta web: www.quelibroleo.com 

Entradas populares de este blog

Tetas, tetas, tetas

Vivir en el infierno, o tener de vecinos a Homer Simpson y señora

Carta a una excompañera