Estamos tontos. Segunda parte

Sé que me estoy arriesgando a transformarme en la persona más gruñona que escribe en la red.
Esta es mi quinta entrada en el blog y la publico para quejarme de nuevo.

El viernes pasado, a eso de las nueve y media de la noche, tuve la suerte de coincidir con unos cuantos impresentables en el mismo andén de metro. ¿Impresentables? ¿Por qué? Os lo cuento.

Impresentable número uno.
Los bancos del metro están, como todos los bancos públicos, pensados para que la gente se siente en ellos, correcto. Pero si una persona que lleva su bicicleta baja al metro, se sienta en medio de un banco y coloca la susodicha bicicleta a sus pies, con las ruedas pegadas a las patas del banco... No sé, pero, ¿los asientos de los extremos no quedan inservibles para cualquier otra persona que quiera utilizarlos? ¿O es que yo me he perdido algo y la ley que rige los asientos públicos dictamina que el que llega primero, si lleva una bici, puede jorobar el sitio a cualquier otro?

Impresentable número dos.
La adolescencia es una etapa complicada, lo asumo, pero por más quebraderos de cabeza que pueda producir, la incapacidad de tragar la propia saliva no está entre ellos. Al menos en mis tiempos. ¿Qué pecado cometimos el resto de viajeros de aquella noche para tener que aguantar a un niñato de pantalones caídos escupiendo como un aspersor? Hijo mío (bueno, hijo mío no, porque soy yo tu madre y de la leche que te he dado te cierro la boca, te tragas el gapo y te subo los pantalones todo en uno), escupir es de mala educación, escupir en la calle es de peor educación, pero escupir en un andén rodeado de gente es ¡de pésima educación!

Impresentable número tres. Amiga del impresentable número dos.
Las chicas de quince, dieciséis años quieren estar guapas, llamar la atención... esas cosillas. Pero hay maneras y maneras de hacerlo.
Muchacha anónima del metro: el viernes estabas muy guapa con tu minifalda. Pero, muchacha anónima del metro, llamaste de manera equivocada la atención de todo el mundo al sentarte en el suelo con tu minifalda... con las piernas más abiertas que los gimnastas olímpicos. Acéptame el consejo, de verdad, te vendrá bien en un futuro: reserva tu entrepierna a tu/s pareja/s sentimental/es y a tu ginecólogo. Al resto no nos interesa.

Impresentable número cuatro. Amiga de los impresentables números dos y tres.
Cada uno tenemos nuestra forma de ser y lo reflejamos en nuestra manera de movernos, de vestir, de hablar...Unos somos más serios, otros más risueños... Esta muchacha se pasaba de risueña. No es que riese en exceso (que eso nunca es malo), sino que se reía de lo que no debía: de otra persona que tenía al lado. Justo al lado.
Segunda muchacha anónima del metro, como a tu amiga, te voy a dar un consejo: si el resto de los allí presentes no nos reíamos de que tu "pantalón" corto se te metiese entre nalga y nalga o de que te hubieses pintado, con un bolígrafo azul, un "tatuaje chulísimo" de lo que pretendía ser una calavera en todo el medio de tu enorme cachaza... Digo, si no nos reíamos, era porque tenemos buenos modales. Imítanos. Cariño, no está bien reírse de nadie, pero cuando se sale a la calle como tú ibas... Digamos que tienes aún menos derecho que los demás.

Impresentable número cinco.
No voy a discutir con nadie lo estresante que pueda ser o dejar de ser su vida. Cuando tenemos alterados los nervios o nos enfadamos, por el motivo que sea, estamos para pocos amigos. Sin embargo, después de un mal día en el trabajo, en el bar tomando el café o dando de comer a los patos de El Retiro... el resto de la humanidad no tiene por qué verse afectado. Eso significa que no podemos empujar a la gente por la calle. ¿Queda claro, señor perturbado o con prisa?
¿Usted tenía mal día? Lo siento mucho, pero quitarme de un manotazo para subir primero al vagón no le va a solucionar el problema. ¿Lo entiende? Porque, por esa regla de tres, para que a mí se me hubiese pasado la mala baba que usted me produjo, lo que yo tendría que haber hecho era haberle empujado en la siguiente parada fuera del tren, por ejemplo.

Cinco capones más que dejé sin repartir... Cinco bobos más que siguen sueltos y haciendo de las suyas. Tened cuidado.

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