Maestros, profesores, tutores, mentores

Es curioso cómo evoluciona nuestra forma de pensar sobre nuestros profesores. Mientras asistimos a las clases primarias los vemos como dioses: todo lo saben. Cuando pasamos a los cursos de educación secundaria dejan de caernos bien y se transforman en nuestros enemigos: todo lo hacen por fastidiar. Y si llegamos a la universidad, las opiniones se dividen: los hay que nos repugnan y los hay que nos enamoran.

Y es que, aunque de forma habitual utilicemos los términos maestro, profesor, tutor o mentor como sinónimos, nunca han sido tal cosa (y no lo digo porque yo sea de la creencia de que los sinónimos no existen). El maestro educa, el profesor enseña, el tutor dirige y el mentor inspira. Para nada es igual.

Reconocer la influencia positiva de nuestros educadores es un paso que nos cuesta dar; como si decir que tal o cual profesor era muy bueno fuese un delito. ¿Por qué? ¿A caso sabríamos todo lo que sabemos si detrás de los libros no hubiesen estado ellos?

Contar con un buen profesor o un buen mentor es un privilegio del que no acostumbramos a darnos cuenta; y es una lástima, ya que ellos alcanzan rincones ocultos en nuestra mente y despiertan nuestra capacidad para pensar por nosotros mismos. No se conforman con las conjugaciones o las tablas de multiplicar, sino que nos muestran el camino para ser autónomos y libres... sin que nos demos cuenta.

Siento lástima por esos chavales que, en su absoluta ignorancia, se creen con derecho a obviar, despreciar y humillar a los docentes y sus lecciones. Resulta evidente que, quienes más ayuda necesitan, son quienes más la rechazan.

Algún día no muy lejano, se arrepentirán de su comportamiento: cuando firmen algo sin haberlo leído previamente y se sientan estafados, cuando no entiendan de qué hablan las noticias, cuando no sepan si es legal la forma en que lo han despedido... Cuando se den estas circunstancias, verán las orejas al lobo y llorarán por volver al colegio.




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