2 de Julio

En alguna ocasión he leído por ahí que el ser humano tiene la capacidad innata de olvidar aquello que le produce dolor. Recordamos qué o quién nos produjo el malestar, recordamos el por qué, pero dejamos de percibir el cómo. Hablamos del dolor y lo definimos con palabras que nos son comunes a todos para hacernos entender... pero ese cómo queda vacío. No llegamos a matizar del todo su contenido o significado. Decía el estudio que, de no ser así, nos resultaría imposible continuar con nuestras vidas.

Sin embargo, y aunque no soy ninguna experta en el tema, he de decir que discrepo. Porque hay dolor, pero también existe el Dolor. No discuto que se olvide la sensación que produce pelarse las rodillas al caer al suelo ni el sentimiento de abandono que puede aparecer tras una ruptura. Porque eso es dolor.

En cambio, perder a un ser querido, alguien que estuvo ahí desde el día en que naciste, que te apoyó cuando lo necesitabas y cuando no, que te regaló momentos innolvidables, que dio hasta lo que no tenía para beneficiarte, que supo sacarte de quicio y arrancarte sonrisas... Que se fue cuando más lo necesitabas de la manera más cruel e injusta...

Eso es Dolor y no se olvida. Se aprende a vivir con él, pero no se marcha nunca. Te acompaña cada día y cada hora, aparece detrás de una flor o de una canción o de un libro o de un programa de televisión o de un vestido o de una frase. Y te obliga a sonreír de forma amarga y a soltar una lágrima para, después, esconderse unos instantes.

Ese Dolor, deja una mancha negra en el corazón y, aunque pasen muchos años, cinco, siete, veinte, consigue hacerte sentir como si continuases frente al panteón y cada día de tu vida fuese ese fatídico dos de julio. 

Entradas populares de este blog

Tetas, tetas, tetas

Vivir en el infierno, o tener de vecinos a Homer Simpson y señora

Carta a una excompañera