Se abre la veda de idiotas...
Los
católicos no creemos en el karma, sino en el infierno. Aún así, a riesgo de que
me excomulguen, confieso aquí que me gustaría que este fuese real, porque al
segundo se tarda una vida en llegar.
Personas
del mundo… o al menos las que os dejáis caer por mi barrio los fines de semana,
sacadme de mi ignorancia e iluminadme. Decidme, ¿por qué hacéis estas cosas?
¿Por
qué decidís que el mejor sitio para montar una charla es un paso de cebra? No
la acera, no el bar, no su terraza. El paso de cebra. En el centro. En la
calzada.
¿Por
qué lanzáis los cigarrillos aún encendidos como si fuesen granadas en medio de
calles abarrotadas?
¿Por
qué cualquier esquina es digna de ser un urinario?
¿Por
qué los alféizares de los pisos más bajos son buenos sustitutos de las barras
del bar?
¿Por
qué, si soy yo la que voy cargada con dos bolsas de la compra hasta los topes y
mi pareja el que empuja el carro, más lleno aún, hemos de ser nosotros los que
debemos bajar de la acera haciendo peripecias y contorsiones varias?
No me
molesta el ruido en lo más mínimo. Sé dónde vine a vivir y sabía qué iba a
encontrarme. Pero una cosa son la fiesta, el jolgorio, el guateque, la marcha,
la alegría y la jarana, y otra muy distinta vuestra mala educación y la
guarrería absoluta que os gastáis.
Mucho
pantaloncito de marca, mucho zapatito italiano, mucho bolso de diseño y mucho
tomar vinos en Casa Lucio, que a la hora de la verdad tenéis menos clase que un
canapé de estiércol.
Porque
yo no me podré permitir salir de tapas los domingos, pero tengo claro que los
pasos de cebra son para cruzarles, no para hacer tertulias; las colillas se
apagan en los ceniceros (que los bares a los que vais ponen en las puertas… o
que encontraréis sobre las papeleras que abundan en la calle); las meadas se
echan en los baños (esos que los establecimientos a los que vais están
obligados a tener por ley y que, normalmente, no suelen tener cola en la zona
masculina); los alféizares, como mucho, sostienen macetas, no los restos de las
copas (que, muy amablemente, podéis devolver a los camareros o, en el caso de
las latas, tirar a la basura); y que, dependiendo de la situación que se dé,
hay un protocolo no escrito sobre civismo. Por ejemplo, si la acera es estrecha
y frente a mí viene una persona mayor, yo, me bajo. Por el mismo motivo, si yo
voy hasta los topes porque vengo del supermercado, vosotros, me deberíais dejar
pasar… y no indignaros porque con mis malabarismos para bajar y subir el
bordillo os corto el rollo.
Este
fin de semana os habéis librado porque estaba de buen humor, pero tal vez, para
la próxima, el papel del karma lo interpretaré yo.
Y los
niños tontos del paso de cebra que me impiden cruzar se llevarán un pisotón
cada uno; la imbécil de la colilla que me dio en las piernas, un bolsazo en la
cara; el bobo que mea en la esquina de mi casa, un buen empujón; los
graciosetes que dejan las bebidas en las ventanas de mi edificio, una buena
regada de cubata por la espalda; y a los que no se bajan de la acera para
dejarme pasar hasta mi portal, puede que les reviente el juanete con las ruedas
de mi carro de la compra. Eso sí, todo “sin querer”.
He
dicho.
(Madrid,
me estás transformando.)