Lo malas que eran... ¡Y lo que nos gustaban!



Hace unos días, vamos a dejar el porqué a un lado porque no es necesario que os riáis de mí, activé el “modo nostalgia” y me dio por rememorar aquellas series que emitían en televisión durante los ’90.

¿Sabéis, no? Series de dibujos que se crearon en aquellos mismos años, una década o incluso dos décadas antes, y que nos sentábamos a ver emocionados; de las que nos aprendíamos las canciones de las cabeceras (y que aún recordamos) y conocíamos los nombres, genealogías, personalidades y traumas de todos los personajes.

En lugar de pensar: “Dios mío, han pasado más de veinte años desde aquello” y haberlo dejado estar para conservar la sonrisa, se me ocurrió la brillante idea de buscar algún capitulillo suelto por ahí…

¡Por qué lo hice!

¡No lo hagáis! Ni se os ocurra…

Si queréis conservar intacta vuestra infantil inocencia y el cariño que profesabais a vuestros antiguos héroes, no veáis ningún capítulo. Porque os decepcionarán… No todas, claro está, porque existieron muchas series de gran calidad (así de primeras, se me ocurren David, el Gnomo y La llamada de los Gnomos, con David y Klaus, el médico y el juez Gnomos por excelencia), pero otras… Otras… Madre mía.




  
Para empezar, algunas de esas otras estarían prohibidas por contener determinadas escenas (y es que las series anime, fueran del tipo que fueran, siempre pecaron de... “obscenas”. Y no me refiero solo a Chicho Terremoto y su obsesión por las bragas blancas, fetichismo puro, sino al gracioso Doraemon y a su patético amigo Novita).


 

Y de entre esas otras, otras directamente no las emitirían por su malísima calidad. Dejo a un lado los efectos visuales, que estamos hablando de principios de los noventa y para la época no estaban nada mal… Pero los guiones…

Sí, estaban enfocados hacia un público infantil, vale, pero eso no les disculpa, que la narrativa llevaba muchos siglos inventada ya (y en esto, los peores fueron mis adorados Power Rangers).

  
Eso de que “cualquier tiempo pasado fue mejor” solo lo decimos porque nuestra memoria selectiva se queda con lo que le conviene. Si recordásemos tan bien algún diálogo como recordamos las cancioncillas, a lo mejor renegábamos de haberlas visto… O no… Porque eran muy malas, pero cómo nos gustaban.

(¡Sílbame! Tú, sílbame… Y ya voy.)


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