1984, 2014... Treinta años de diferecia pero, al fin, ha llegado el Gran Hermano



Facebook ha cumplido diez años y, para celebrarlo, se ha gastado 19 mil millones de dólares (o eso se comenta en los medios) en su propio regalo de cumpleaños: What’s app.

Y yo me pregunto: ¿Mark Zuckerberg es un genio de los negocios o un genio del mal? ¿Es el empresario que cualquiera querría llegar a ser o el hombre que hará sombra a todos los villanos del cómic?

Facebook es gratis, y también lo son What’s app e Instagram (que, por supuesto, pertenece a la cartera de este señor).

Se supone que estas redes sociales obtienen beneficios a través de la publicidad, y que What’s app lo hace a través de fondos de inversión. Ellas solitas mueven millones y millones al año sin necesidad de que sus millones y millones de usuarios suelten un solo euro, dólar o yen.

La era digital, un nuevo mundo que exige nuevos modelos de negocio: ahora los clientes no pagan por los servicios que utilizan. A primera vista, maravilloso.

Pero pensando en esto me acuerdo de aquel refrán que decía: “nadie da duros a cuatro pesetas”. Y por si alguien no lo recuerda, los refranes lo son por algo. Vamos, que siempre aciertan. Entonces, ¿qué estamos dando sin ser conscientes?

Acceso y control ilimitado de nuestras vidas. Regalamos datos. Porque sí, porque no vemos que haya nada malo en ello.

Hasta hace unos años, nos sentaba mal que nos llamasen al fijo para encuestarnos: “¿Y a este qué le importa cuántas veces hago la compra al mes?” Y éramos completamente reacios a dejar que personas desconocidas supiesen lo más mínimo acerca de nuestra intimidad.

Ahora, directamente, abrimos las puertas de nuestra casa a quien esté dispuesto a entrar: colgamos todas las fotos de nuestras vacaciones, hablamos sobre nuestro humor en el estado, completamos perfiles de usuario en los que especificamos dónde estudiamos, dónde vivimos, con quién y de qué forma nos relacionamos, qué nos gusta, qué no o cuál es la ruta que seguimos (calle a calle) cuando salimos a hacer footing.

Toda nuestra vida está en la red, porque nosotros queremos, porque nos parece útil, cómodo y fácil. No nos preguntamos qué gana quien nos ofrece las cosas gratis.

Han dejado de llamar al teléfono de casa para preguntar porque, ahora, no les hace falta realizar los cuestionarios: cada click es oro puro, un nuevo estudio de mercado sobre gustos musicales, preferencias gastronómicas, hábitos de compra…

George Orwell se desvió en 30 años, pero su predicción se ha cumplido: ya vivimos en ese mundo de pantallas, ya participamos todos en ese juego del que nadie sabe cómo salir y ya hay un Gran Hermano que nos vigila a todos a todas horas. Bienvenidos al futuro, camaradas.


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