Mi vida a juicio



Todos y cada uno de mis actos o decisiones son juzgados y observados con lupa:

Si salgo a por el pan con ropa cómoda y sin maquillar, me miran y piensan: “Podría cuidarse un poco, ¿no? Vaya pintas”. Pero si salgo con vaqueros estrechos, camiseta con escote y los labios pintados de rojo, las valoraciones se dividen: “¿Esta dónde se piensa que está? ¿En Cibeles? Valiente presumida, mira tú, que para comprar el pan…”; “Qué pinta de zorrona tiene… Le daba un buen viaje si quisiera”.

Si decido continuar con mi carrera profesional en lugar de casarme y tener hijos, me dicen: “Eres una egoísta. ¿Cómo no vas a tener hijos? ¿Qué problema tienes para no querer niños? Si son la alegría de vivir y lo mejor que te puede pasar…”. Si opto por abandonar mi oficio para formar una familia, me espetan: “Tan progresista que eras… Y ahora, ¿qué? Una sumisa más…”.

Si una discusión opino y mis argumentos se imponen por su peso a los de la mayoría, alguien me indica: “¡A fregar!”. Si por desconocimiento me equivoco o, directamente, no participo: “¿Pero tú que vas a saber de esto?”.

Si prefiero la ropa deportiva y el fútbol a los tacones y las faldas me tachan de “marimacho”. Si es al revés, de “superficial”.

Si me acuesto con muchos hombres me etiquetan de “guarra”, y si no lo hago, de “estrecha”.

Si ostento un cargo de poder, sospechan que es por “haberse acostado con alguien importante dentro de la empresa”.

Si me enfado sin motivo aparente, es que tengo “uno de esos días del mes”.

Si me ven caminando sola por la calle, y consideran que poseo atractivo, entienden que tienen derecho a hacerme gestos obscenos y a decirme ordinarieces. Pero si, por el contrario, mi físico no destaca, surgen los improperios y me descalifican por mi apariencia.

Si se me va la mano y tomo dos copas de más, “tengo muy poca vergüenza”.

Y si me hallo en medio de un debate político, tienen que contener su intelecto para no acorralarme como a un ciervo en una cacería…

Nunca he entendido por qué.

La sociedad asume que porque soy mujer.

¿De verdad hay derecho?

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