¡Cuidado con el banzo!



Este tema me encanta. Los que me conocéis lo sabéis. Cuando sale a debate me emociono, y, si nadie me para, puedo pasarme con él las horas muertas. Aunque existe un requisito para que pueda darse: que los intervinientes (palabra que saldrá en la próxima edición del diccionario y que no me gusta nada) procedan de distintas zonas geográficas. Basta con que su lugar de residencia/nacimiento diste del de los demás unos cuantos kilómetros.

Todo comenzó hace algunos años, cuando empecé la universidad. Mi compañero de piso llegó un día a casa sorprendidísimo porque, estando en clase, le había entrado algo en el ojo y al decir: “¡Ay, me he cegado!”, nadie le había entendido.

“¿Cómo es posible?”, me preguntó. “No lo sé, es raro”. Y aunque el verbo cegar aparece en el diccionario de la RAE, sus compañeros no lo habían oído en la vida.

Así fue como descubrí el fascinante mundo de los regionalismos y los localismos.

Durante esos años conocí a gente de Palencia, y desde entonces, cuando hace frío, busco ponerme al remanso. Y aunque sigo diciendo pasamos o balaustre, ya no me sorprende que me digan que “el arambol está sucio, no te agarres”.

Es tan curioso y divertido. Cuando descubres palabras así, no puedes evitar reírte. Nadie puede.

Aún recuerdo cómo un amigo cántabro se devanaba los sesos para descubrir el significado de “banzo” (que aunque viene en el diccionario, no cuenta con la definición que se le da en mi pueblo), y cómo otro lo descubrió cuando se topó con uno de mala manera. Lo propio me ocurrió a mí con la baza. Esto es un arma de doble filo. Nos pasa a todos.

La historia de la rodilla es más divertida aún. Un amigo de mi pueblo invitó a otro, forastero, a la matanza que hacían en su casa. La abuela de este chico, al ver al otro con las manos manchadas, le dijo que se limpiase a la rodilla… Y claro, el pobre muchacho hizo caso de lo que le dijo la buena mujer. Aunque no sabía que esta se refería a un trapo y no a las perneras de sus pantalones… a la altura de la rodilla.

Recuerdo que tuve un profesor que en su vida había visto un cínife, pero que me decía que su pueblo (en la provincia de Salamanca) todos los veranos se llenaba de mosquitos por lo cerca que estaba del río.

Para mí, fabiola siempre fue un tipo de pan hasta que me la presentaron.

“Hacer cacharros” era una expresión de lo más normal en mi casa, pero no lo era en la de mis amigos.

Un colega zamorano me enseñó lo que era una cañata. Y una madrileña me puso nerviosísima cuando me indicó que me habían salido “chapetas”.

Es tan genial…

Creo que me gusta conocer gente de otros sitios solo para que salga esta conversación.

Y vosotros, ¿qué palabras soltáis que nadie más entiende?

Entradas populares de este blog

Tetas, tetas, tetas

Vivir en el infierno, o tener de vecinos a Homer Simpson y señora

Carta a una excompañera