"Tía, es que no está bueno"



Venía yo por la calle de vuelta de comprar el pan cuando me he topado con un grupito de adolescentes recién salidas de clase.

Soy muy mala calculando edades, así que no puedo decir con seguridad cuál sería la de estas muchachas, pero sí que me apostaría la mano izquierda (la derecha no, que con esa aún podría escribir a mano en caso de perder la otra) a que no llegaban a los 16.

Entre risas estridentes y con la nariz metida en el móvil iban comentando lo guapos o feos que les parecían los chicos que conocen.

Hasta ahí, todo correcto. En plena efervescencia hormonal, las conversaciones no suelen ser mucho más trascendentales. Pero justo cuando abría la puerta del portal y ellas se alejaban, me han llegado los últimos retazos de su conversación.

Una de ellas le preguntaba a otra por qué no quería ser novia de un tal Fulano, y trataba de convencerla argumentando que tenían los mismos gustos musicales, aficiones, que ya compartían confidencias porque tenían mucha confianza y que siempre que los veía juntos estaban felices y pasándolo bien.

La aludida solo ofreció como contrapunto: “Tía, es que está no bueno”.

He subido a casa y me he puesto a escribir este post.

Entiendo que tal réplica no es exclusiva de esa chica, sino que se ha repetido, se repite y se repetirá por los siglos de los siglos mientras que el hombre sea como es.

Pero supongo que si nos hemos hecho monógamos es porque tal práctica nos ofrece ciertas ventajas sobre otro tipo de costumbres o relaciones, ¿no?

Sé que biológicamente estamos programados para buscar congéneres que nos atraigan sexualmente por motivos reproductivos, pero también sé que la monogamia es una creación cultural que nos hemos sacado de la manga y cuyo éxito (a corto o largo plazo) depende no solo de dicha atracción sexual, sino también de una compatibilidad que trasciende al físico.

Tal vez piense como lo hago por mi forma de vivir la vida. Yo sí espero pasar el resto de los días que me quedan junto a la persona que ahora tengo a mi lado, pero soy consciente de que, con el tiempo, el pelo invadirá zonas antes inexploradas, la piel perderá su tersura, la gravedad se cobrará su precio y los excesos traerán algún kilo de más.

Por eso, a raíz de lo que he escuchado, no puedo evitar preguntarme cuántas buenas relaciones y momentos de felicidad no se habrá perdido la gente por el hecho de desdeñar a otra persona por su aspecto físico.

Más que una pareja, parece que buscamos un complemento: algo que conjunte con nuestros modelitos, que salga bien en las fotos y por lo que otros puedan sentir envidia (“Tía, ¡qué bueno está tu chico!” “¡Lo séeee!”).

Quiero decir que, si por hache o por be, al final esas relaciones superficiales duran en el tiempo, debe de resultar muy frustrante levantarte una mañana después de 20 años con un señor medio calvo y con barriga que no sienta el más mínimo aprecio por ti porque te han salido canas y las tetas te llegan al suelo cuando te quitas el sostén.

Para todo el mundo será normal y estará bien, o no, porque puede que no hayan reflexionado sobre ello y simplemente elijan dejándose llevar por los primeros instintos, pero a mí no deja de parecerme un poquito triste.

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