El género bobo



Si el género masculino lo integran los machos y el femenino, las hembras, existe un tercero que está compuesto por féminas y varones a la vez, que pertenecen a cualquier estatus social, país del mundo y confesión.
Puede sonar cómico (“¿Un tercer género? ¡Qué tontería!”), pero es un asunto de lo más serio que habría de preocuparnos a todos por igual. Digo más: tal vez deberíamos de haber empezado a sentir auténtico miedo.
Porque tú que me lees y yo que escribo, engrosamos con nuestro nombre y apellidos la larga lista de individuos del tercer género que colaboran cada día con sus actos a hacer del mundo un lugar peor.
Este fenómeno no es de carácter biológico, sino de carácter social, y obedece a un único patrón: la falta de educación. Y es que hace tiempo que no se educa, sino que solo se adiestra.
No se educa en casa, bien porque los padres no tuvieron educación (y no se puede dar lo que no se tiene), bien porque delegan en los profesores.
Los profesores, a su vez, no educan porque dependen de lo que diga el gobierno de turno, lo que significa que tienen las manos atadas, y acaban perdiendo todo entusiasmo.
Y el gobierno de turno no quiere que se eduque a nadie porque no le interesa producir ciudadanos, sino que prefiere adiestrar mano de obra ya que, a la larga, sirve mejor a sus verdaderos propósitos.
Como digo, son los síntomas de la falta de educación los que han derivado en el surgimiento de este nuevo género que a mí me gusta llamar “el género bobo”.
Nacemos mujeres u hombres, sin duda, pero se nos inculcan una serie de premisas y mutamos en bobos, presumiblemente, para toda la vida.
Bajo esas ideas, crecemos pensando que somos libres e independientes, y buscamos constantemente metáforas que reflejen ese sentir vital: nos vemos a nosotros mismos como portentosas águilas, astutos zorros, valerosos tigres o robustos toros… Pero lo cierto es que somos unos pobres asnos por no ver que nos comportamos como ovejas.
A veces, de entre todo el rebaño, uno quiere destacar y se nombra a sí mismo “oveja negra” en una pobre muestra de rebeldía. Pobre porque, por más negro que se sea, se sigue siendo oveja.
Y así, consciente o inconscientemente, perpetuamos generación tras generación un estándar que nos conduce de forma irrevocable a la más absoluta infelicidad.
El género bobo nos creemos que no tener educación no es un problema porque la mayoría, a la corta o a la larga, encontramos un medio para subsistir. Aprendemos un oficio y nos limitamos a él porque, siguiendo con las metáforas de animales, funcionamos como granjas de hormigas o colmenas de abejas: cada uno tiene su cometido. El buen funcionamiento del conjunto depende de que todos cumplan sus objetivos.
Pero es que la educación no está ligada a la obtención de un empleo (“Si yo me encargo de hacer el pan, ¿por qué he de saber de leyes? Que sepa de leyes el que ha de presidir juicios, yo con entender de harinas voy más que sobrada…”), sino que tiene que ver nada más y nada menos que con la propia felicidad.
Una persona educada es capaz de observar el mundo, discernir entre sus opciones, razonar sobre lo que estas le ofrecen, valorar los pros y los contras que presentan, escoger lo que más le conviene, justificar sus elecciones, asumir las consecuencias de sus actos y afrontar lo bueno o malo que traiga consigo el proceso completo.
Una persona del género bobo tan solo mira alrededor, compara lo que tiene cerca, se deja llevar por lo que más llama su atención, se fija solo en las virtudes, se queda con lo que le gusta más, lo hace porque le parece más fácil, no es consciente de sus acciones y culpa a cualquier otro si el resultado no es el esperado.

<<Acusar a los demás de los infortunios propios es un signo de falta de educación. Acusarse a uno mismo, demuestra que la educación ha comenzado.>>
(Epicteto de Frigia)

No se puede ser feliz si no se tiene educación, porque la educación lo es todo.
Pero, tristemente, no sabemos definir lo que es educación. Para algunos bobos, la educación pasa por dar los buenos días y las gracias a quienes se cruzan por nuestro camino; pero eso son simplemente buenos modales. Otros bobos definen la educación como la memorización de nombres, fechas y acontecimientos importantes; pero eso son simplemente datos. Ni siquiera los diccionarios ofrecen una buena descripción del término. Hablan de enseñanza, instrucción, acción docente… pero se quedan cortos y rozan tan solo la superficie.
Paradójicamente, todos creemos estar en posesión de la misma porque, en algún momento dado, hemos sido capaces de aconsejar con acierto a un ser querido… Pero es que eso tampoco es educación; ocurre que, simplemente, conocemos la respuesta a un interrogante por experiencia. Porque memorizamos patrones igual que los ratones de laboratorio aprenden que si un interruptor produce descargas al pulsarlo una vez, no ha de tocarse una segunda…
Quienes huyen del género bobo y consiguen convertirse en individuos meditan al respecto de la educación y tratan de etiquetarla:

<<La verdadera educación consiste en obtener lo mejor de uno mismo. ¿Qué otro libro se puede estudiar mejor que el de la Humanidad?>>
(Mahatma Gandhi)

<<La educación es el pasaporte hacia el futuro, el mañana pertenece a aquellos que se preparan para él en el día de hoy.>>
(Malcolm X)

<<Educación es lo que la mayoría recibe, muchos transmiten y pocos tienen.>>
(Karl Krauss)
<<La única defensa contra el mundo es un conocimiento perfecto de él.>>
(John Locke)

Etiquetas hay para todos los gustos, pues quienes pronunciaron estas sentencias, aunque, me atrevo a decir, con una idea común en sus cabezas, resaltaban de la educación diferentes aspectos. Todos ellos son válidos, todos ellos son útiles, pero todos ellos pasan inadvertidos a la mayoría de la población.
Nos da igual si hubo un griego o no que habló sobre la república; si hubo un romano o no que profundizó sobre la virtud; si hubo un árabe o no que nos brindó el número cero. Igual que nos importa un carajo si un alemán filosofó en el siglo XIX sobre la sociedad, la economía y la política o si un francés en el siglo XX retrató como nadie la pérdida de la creatividad, la inocencia y la practicidad que sufrimos cuando nos transformamos en adultos.
Sin embargo, una persona cualquiera escogida al azar en medio de una calle cualquiera de una ciudad cualquiera sabría responder, sin titubear ni por un segundo, cuál es el nombre de la empresa que fabrica aparatos electrónicos y cuyo logotipo corporativo es una manzana “mordida”; el de la productora de refresco de cola con gas que viste de rojo; el de la cadena de restaurantes de hamburguesas que tiene más sedes que ninguna otra; el de la cantante afroamericana que se casó con un productor musical y rapero ocasional también afroamericano; el de la adolescente desbocada que saca la lengua y los pechos a relucir cada vez que tiene delante el objetivo de una cámara; el de los hijos multiétnicos de la pareja más famosa de Hollywood; el de la muñeca rubia por antonomasia; el del barrio rico más famoso de Los Ángeles; el de la playa con más macizos y macizas por centímetro cuadrado; el del modisto que diseñó el traje nupcial de tal o cual princesa europea; el de la plantilla completa del equipo de fútbol que ganó el último mundial; el de la firma de joyas que todo lo decora con un osito o el de la marca de ropa que hace alarde de un cocodrilo…
Y sé que cualquiera lo sabría porque yo lo sé…
Preferimos el conocimiento insustancial al verdaderamente provechoso, y aunque sabemos que tamaña información insulsa no nos reporta nada, nos complace como bobos que somos estar en posesión de ella para destacar ante otros bobos.
Ocurre así que, cuando el mundo que nos hemos inventado arremete contra nosotros, no disponemos de las herramientas necesarias para hacerle frente.
No es una cuestión que se ponga de relieve en momentos concretos durante el devenir de grandes acontecimientos, no. Es un constante del día a día.
Si no somos capaces de mantener relaciones cordiales y respetuosas (ni siquiera digo de amistad) con nuestras comunidades de vecinos, ¿cómo esperamos que se pueda gobernar un país con prudencia y acierto?
A nivel nacional, cuando los tiempos son de bonanza, hacemos la vista gorda ante cualquier incidente porque plantar cara podría afectar a nuestra propia comodidad. En cambio, cuando llegan las vacas flacas y estamos plantados en el ojo del huracán… ¿Qué podemos hacer? ¿A quién debemos recurrir?
Surgen las confrontaciones:

-Es mejor callarse, total, aunque hablemos no vamos a cambiar nada.

-¡No, no! Hay que salir a protestar, tomar las calles… ¡Que se oigan nuestras voces!

-¡¡¡A las barricadas!!!

-Bueno… Podríamos estar peor, ¿no?

Pero, por supuesto, todo ello en las tertulias del café o en el banco del parque, que por todos es sabido que allí es donde se debaten las grandes cuestiones políticas y filosóficas de nuestro tiempo.
El resultado se mantiene invariable: nadie es feliz, nadie se siente satisfecho, pero se permite que la rueda gire y gire de manera constante.
Igual ocurre con otros tantos temas a los que nos empeñamos en conferir un carácter secundario: el racismo, la violencia de género, el maltrato animal, la ecología, el machismo, la exclusión social de minorías (sean estas discapacitados, pertenecientes a religiones minoritarias, etc.)…
No podemos solucionar estos “pequeños” problemas porque no los comprendemos, porque hemos permitido que determinados comportamientos, pensamientos y actuaciones, por el mero hecho de ser habituales, se transformen en aceptables. Y si algo es aceptable, ¿por qué se ha de transformar, modificar o erradicar?
¿Cómo se le explica a un niño que debe respetar a los animales si los domingos se le lleva a pasar la jornada al zoológico?

-Juanito, no pises a las hormigas, que también son seres vivos y tienen derecho a vivir… Ven aquí, anda, y mira qué bonitas las focas, cómo dan palmas al ritmo de la música…

¿Cómo se pretende conseguir que una niña no se acompleje de su cuerpo cuando al ir a comprar su primer sostén se topa con imágenes eróticas de súper modelos?

-Uy, qué chica más guapa esta la del anuncio… Un par de cocidos sí que le faltan, pero guapa, guapa… Mírala, ni una gota de celulitis por ningún sitio… ¡Quién pudiera decir lo mismo!

¿Cómo se inculca el respeto por la naturaleza y el medio ambiente si vivimos en un perpetuo derroche?

-¿Qué pongo, servilletas de tela y la vajilla normal o de papel y platos de plástico?
-¡Nah! Pon papel y plástico, que así luego no tenemos que fregar…

¿Cómo se transmite el respeto si utilizamos las diferencias físicas con afán ofensivo?

-Pues casi no me revienta la vena al sacarme sangre para los análisis la negra esa…

¿Cómo se puede exigir moral a los demás si no la tenemos nosotros mismos?

-¡Sabe Dios que si me diesen a mí el cargo, iba a robar más que ninguno!

-Bueno, bueno, pero enchúfanos a nosotros también antes de que te pillen…

Hemos de asumir que común y aceptable no son sinónimos. Lo común es lo ordinario, lo habitual, lo frecuente; y lo aceptable es aquello que se acepta o aprueba.
¿Quiere decir esto que aceptamos la injusticia, el desprecio, el dolor?
Tristemente, sí. Sí porque no hacemos nada.
Pero este no es un discurso pesimista aunque pueda parecerlo… No lo es porque aún no está todo perdido. Aunque no tengamos educación, aunque vivamos presos de nuestra bobería, existe un rayo de esperanza porque nos damos cuenta de que algo no funciona.
Afortunadamente, a pesar de que se nos escapan muchos detalles, somos capaces de discernir entre el bien y el mal y todavía no nos hemos resignado a darnos por vencidos.
¿Dónde está, pues, el secreto para abandonar este círculo vicioso?
¿Cuál es la palabra mágica que romperá este hechizo pernicioso que nos obliga a ser guapos para ser aceptados, a ser ricos para parecer alguien, a ser triunfadores para sentir que aprovechamos la vida y a comprar y comprar y comprar para ser felices…?
Educación.
Será un camino largo, duro, sufrido y puede que a veces ingrato, pero la recompensa final promete ser tan maravillosa…
Educación es la vía, el vehículo y el GPS.
Educación es observar lo que es hoy y leer lo que fue ayer; expresar lo que se siente y escuchar el sentir ajeno; experimentar nuevas sensaciones y compartir el conocimiento con los demás; viajar lejos y cerca; comprender que todo ocurre por un motivo, que no hay consecuencia sin causa…
Pero sobre todo, educación es comprender que siempre queda algo más por descubrir:
<<Todo hombre que conozco es superior a mí en algún sentido. En ese sentido, aprendo de él.>>
(Emerson)

Solo cuando todos y cada uno de nosotros hayamos conseguido desarrollar un pensamiento crítico podremos decir que lo hemos logrado, que hemos escapado del género bobo y que, igual que la oruga se transforma en mariposa, nos hemos transformado en seres humanos.

<<Por la ignorancia se desciende a la servidumbre, por la educación se asciende a la libertad.>>
(Diego Luis Córdoba)

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