Yo de mayor quiero ser mujer-florero
Una de las
revelaciones más terribles que he tenido en mi vida ha sido descubrir que aún
existen mujeres que quieren ser mujer-florero. Alguna, una, de ellas, se
contaba entre mis amistades.
He comprobado
que, como todo en esta vida, es una cuestión de educación. Si desde que eres
muy pequeña los únicos halagos y elogios que recibes en tu casa se reducen a lo
guapa que eres o lo bien que vas vestida, y el único mérito que se te reconoce
es lo buena pareja que haces con tu novio, pues claro, acabas pensando que la
vida se limita a eso.
Mi amiga
siempre mostró indicios de ser así; supongo que fue mi orgullo lo que me
impidió verlo. La decepción fue tremenda.
A medida que
intimábamos, me fui percatando de que sus preocupaciones nada tenían que ver
con la universidad (donde nos conocimos) o con el empleo que desearía tener en
el futuro. Es más, si hablaba de esto último, siempre era para hacer alusión a
lo bien o lo mal que quedaría ella en tal o cual puesto dada su forma de
vestir.
Una vez visto
esto, descubrí que sus relaciones románticas pasadas y presentes (en aquel
entonces) habían tenido lugar con lo que sus padres (y todos los abuelillos de
pueblo) llamaban “un buen partido”. Que tenían mucha pasta, vamos. El siguiente
en la lista más que el anterior.
A partir de
entonces no tuve dudas de por qué se empeñaba en moverse por los locales en que
lo hacía, por qué sabía quién era todo el mundo y todos los pormenores de sus
vidas y por qué su forma de hablar y de vestir variaban de acuerdo con el
pretendiente que correspondiese.
Estaba de
caza.
Hace un par de
años dejé de saber de ella. No discutimos. Simplemente me dio plantón una tarde
y jamás volvió a dar señales para disculparse, excusarse o volver a quedar.
Jamás llegó una felicitación de cumpleaños o un simple mensaje diciendo “¿Qué
tal estás?”.
Aunque claro,
habiendo descubierto lo que sé, tampoco me interesó pedir explicaciones.