Navi... ¿qué?




Las sociedades y las culturas evolucionan de forma constante. El contacto entre ellas, el surgimiento de movimientos más o menos revolucionarios que se oponen a otros que ya han alcanzado el estatus de “tradicionales”, la aparición de tecnologías y nuevos comportamientos y actitudes… todo esto, y más, nos empuja hacia lo que llamamos “futuro”. Si las cosas no cambiasen, seguiríamos anclados en algún pasado; a saber si con corsés, barcos de vapor o combates de gladiadores.

El caso es que, en este constante avance, todo se transforma. Cada elemento cultural se modifica y pierde matices y adquiere nuevos significados que, por un lado, lo alejan de lo que fue en un principio y que, por otro, lo mantienen arraigado en la memoria popular (aunque desprovisto de su-vamos a ponernos intelectuales-raison d’être). Ocurre en todos los campos, desde los propios dichos y refranes (“A buenas horas, mangas verdes”) hasta las fiestas y celebraciones.

Para mí, el más claro ejemplo de todos es la Navidad. Esta celebración cristiana, que se instauró en el solsticio de invierno para “desbancar” a las fiestas paganas dedicadas a Saturno, se mantiene y potencia pero, nadie lo puede negar, ha perdido su auténtico significado para la mayoría de la población.

Sí, es cierto, en nuestro país continúan poniéndose belenes y oficiándose las misas del Gallo, pero se hace porque “tiene que hacerse”, porque es tradición, no porque seamos conscientes del auténtico por qué. Seamos sinceros, la Navidad llega cuando lo dicen El Corte Inglés, Freixenet, Ferrero Roché y Loterías y Apuestas del Estado.

La Navidad conmemora el nacimiento de Jesucristo, y, sin embargo, personas que se autodenominan ateos o agnósticos inamovibles durante todo el año, corren estos días a los centros comerciales para comprar luces de colores, tabletas de turrón y regalos para toda la familia. En definitiva, la fiesta se ha paganizado y de Cristo se acuerdan cuatro gatos y el cura del pueblo.

Nos gusta reunirnos los días 24 y 25, sacar las gambas a la plancha y el cava, brindar, alegrarnos porque estamos juntos; nos ponemos sentimentales, nos acordamos de los que nos dejaron hace tiempo o nos volvemos locos porque hay miembros nuevos en la familia. Nos sabemos los villancicos; a veces, incluso, cuando se nos va la mano con el alcohol, los cantamos a voz en grito al ritmo de la botella de Anís del Mono o de una pandereta que nadie sabe de dónde ha salido…

Pero, ¿es necesario recurrir a la Navidad para estar agradecidos de tener una familia que nos quiere? ¿Esto no debería festejarse todo el año? ¿O, lo que es más triste aún, solo nos juntamos porque “es tradición”?

Si un día, por el motivo que fuese, las grandes marcas considerasen que no es rentable promocionar esta fiesta y dejásemos de ver burbujas famosas vestidas de purpurina dorada o a calvos o sopranos repartiendo suerte, ¿dejaría de celebrarse la Navidad?

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