Cantamañanas en bragas
Me gusta la
música. En general, sin etiquetar. Nada de movimientos, géneros o fenómenos. La
música en su significado más amplio. Si oigo un fragmento de una canción en
televisión, en un bar, en la calle… la busco en Internet y la escucho, y me es
indiferente cómo se llame el intérprete. Supongo que es por eso que mis listas
de reproducción son tan desconcertantes (aunque yo prefiera el término
eclécticas).
Hasta que no
entro en la red, no suelo tener idea de cuál es el uniforme de trabajo que
lucen las estrellas (o no) de las listas musicales. Es en ese preciso instante
cuando me encuentro con lo que todo el mundo ya sabe: para ser una celebrity femenina del pop tienes que
cantar en ropa interior o derivados.
Es curioso.
Las mujeres se desnudan para cantar y llega un punto en el que no se sabe si
venden música o carne, en el que se desconoce si gusta su voz o sus piernas,
sus letras o sus tetas…
No me
considero una puritana, pero no comprendo que reivindican las cantantes de moda
con estas requeté-utilizadas campañas de marketing. Porque puedo entender que
la primera que se quedó en tanga para mover el bullarengue pretendiese llamar
la atención, pero cuando algo se repite tanto deja de ser llamativo y se vuelve
tedioso. No es novedad, no crea impacto, ¿no? Se pierde la creatividad, o eso
entiendo yo.
Entonces, ¿es
que estas mujeres tienen una enorme falta autoestima o es que confían muy poco
en su talento? ¿O es que si no se ponen bikinis de pedrería nos perdemos
matices importantes de su trabajo? ¿O no se entienden sus canciones si dejamos
de verles las pechugas? ¿O es que hay determinadas estrofas en las que es
necesario “leerles los labios”? ¿O es que ya se ha generalizado el concepto de
que una cantante no es buena si no sexualiza cada centímetro de su piel?
Gracias, divas de la música, vuestro esfuerzo diario ha conseguido que en el diccionario porno y pop figuren como sinónimos.