Sexismo everywhere

Mis amigos y yo hemos pasado las tardes de lluvia del último puente jugando a Munchkin. Lo cierto es que es un juego muy divertido y que el tiempo voló, sin embargo, no pude dejar de observar que, incluso en algo tan inocente como un simple juego de cartas, el sexismo está presente.

Los dibujos de las cartas son caricaturas que representan personajes y objetos: ladrones, clérigos, guerreros, medianos y elfos, armaduras, yelmos, espadas y rodilleras. Pero, mientras que los personajes masculinos aparecen representados con narizotas, barrigotas, barbas cortas o largas, o armaduras metálicas enormes, los personajes femeninos tienen grandes bustos que asoman en prominentes escotes, hermosos rostros (dentro de lo que una caricatura permite) o visten armaduras de cuero propias de una dominatrix.



No sé hasta dónde pretendemos llegar como socidad. Nos echamos las manos a la cabeza cuando oímos hablar de la tasa de adolescentes que enferman de anorexia o bulimia, alucinamos cuando algunas mujeres confiesan los padecimientos y desastres que sufren por someterse a cirujías estéticas innecesarias... pero luego somos incapces de darnos cuenta de que todo ello es consecuencia de un sexismo, de una cosificación y de una sexualización de la mujer tan arraigados en nuestro día a día que nos parece lo normal.

A nadie le sorprende, ofende o desagrada (porque no tiene porqué) que un hombre poco atractivo protagonice películas, novelas, anuncios, juegos o presente las noticias. En cambio, sí nos choca la idea contraria: no concebimos un mundo en el que mujeres poco atractivas tengan tanta visibilidad como nuestros congéneres masculinos.

Nosotras, para llegar a lo más alto, debemos priorizar nuestro aspecto físico, ponernos guapas, muy guapas, alcanzar un nivel de belleza determinado que a todas luces resulta, por naturaleza, imposible, y, después, demostrar nuestra valía en el campo correspondiente en el que pretendemos destacar.

Bajo estas premisas, hemos transformado lo ilógico en habitual. Y lo hemos hecho de una forma tan desmesurada, que no nos cuestionamos por qué resulta absurdo que, para enfrentarse a un "aspirante a vampiro" y vencer, una mujer deba vestir unos pantalones de cuero ceñidos conjuntados con un corsé.

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