A ti, que te hacen gracia las faltas de ortografía
Por
deformación profesional, suelo alterarme bastante cuando me topo con faltas de
ortografía. No puedo evitar pensar que lema.rae.es/drae está al alcance de
cualquiera y que, con una breve visitilla, se dejarían de cometer grandes
atentados contra la lengua.
Sin embargo,
he de reconocer que mis cabreos también dependen mucho del lugar en el que me
encuentre escrita la aberración de turno.
No es lo mismo
toparse con una be que usurpa el sitio de uve en un documento manuscrito de
carácter privado, por ejemplo, una lista de la compra (*lababajillas); que encontrársela
en uno mecanografiado de carácter público, por ejemplo, el cartel del supermercado
que indica marca y precio (*Lababajillas Fairy 2, 70€). Hacen daño a los ojos
por igual, sí, pero la gravedad es distinta.
Nadie conoce a
ciencia cierta la realidad de otras personas: ¿pudieron estudiar? ¿Se vieron
obligados a dejar la escuela? ¿Cuántos años tenían cuando eso les ocurrió?
Puede (y esto
es un simple ejemplo) que la persona que redactó la lista de la compra se viese
obligada a abandonar el colegio con 12 o 14 años para ponerse a trabajar. ¿Es
justo criticar a esa persona o mofarse de ella?
Mi respuesta
la tengo clara: rotundamente, no. Y ese error ortográfico, lo perdono.
No obstante,
no sería tan benévola con quien redactó el cartel del supermercado, porque esa
persona escribió para llegar a un público más o menos amplio. Su obligación, además
de escribir el cartel, también pasa por cerciorarse de que lo hace
correctamente.
No me reiré
jamás de esa persona, pero sí que me indignaré con el personal del
establecimiento por no poner cuidado. (¡Que los procesadores de textos suelen subrayar en rojo los errores! ¡Por el amor de Dios!)
Me arriesgo a
pensar que existe una gran cantidad de palabras que los nativos del español
escribimos correctamente (las que no llevan hache, elle, i griega, be, uve, ge,
jota…); y que existe una gran cantidad de nativos que dominan el español a
nivel de sobresaliente, pero me niego a creer que exista alguien que tenga la
potestad de vilipendiar a los que cometen faltas de ortografía. Porque todos,
en mayor o menor medida, metemos la pata hasta el fondo de vez en cuando.
Para muestra,
un botón: ¿Absorber? ¿Absorver? ¿Avsorver? ¿Avsorber?
Es el comodín
que utilizo para poner a prueba a aquellos que pillo en el desliz de
carcajearse de los errores ortográficos ajenos.
Y es que ocurre
lo que siempre digo: no se puede escupir para arriba, porque luego nos cae en
la boca.