Vivir en el infierno, o tener de vecinos a Homer Simpson y señora



¿A quién no le gusta Homer Simpson? Creo que son pocos los que no simpatizan con esta figura de la cultura pop, conocida a lo ancho y largo de este mundo…

Pero, de entre todos sus fans, ¿alguno nos hemos apiadado, aunque fuera de vez en cuando, de su paciente vecino, Ned Flanders?

Esta respuesta también la tengo clara: ni por asomo. Porque nos hace gracia, porque nos partimos de risa cuando el bueno de Homer lía alguna y le saca de quicio.

Igual que nos encantaba que Steve Urkel allanase la casa de los Winslow o que Daniel, el travieso, pisase las flores del jardín del señor Wilson.

Y nos divierte tanto por la reacción que tienen los sufridos vecinos, que estallan de cólera o se reprimen hasta la insalubridad porque poco o nada pueden hacer contra estos ataques.

A mí ya no me divierte porque Homer Simpson se ha casado con “Stevina” Urkel, han parido a Daniel, el travieso, y se han venido a vivir a mi edificio.

Desde las ocho y media de la mañana y hasta las dos de la madrugada puedo disfrutar de su entorno familiar como si estuviesen apalancados en mi salón.

Y no es solo que tenga ropa suya sobre el alféizar de mi ventana desde hace un mes, no. Es que puedo enumerar uno por uno todos los sucesos de su día a día.

Sé qué hacen a cada instante porque no tienen problema en vociferarlo a los cuatro vientos, sé qué música les gusta porque la berrean como ciervos en celo, sé si les ha sentado mal la comida correspondiente porque escucho sus potentes eructos. También disfruto de otro sinfín de ruidos corporales matutinos…


Los objetos de mis estanterías vibran (como si estuviesen acojonados) cuando cruzan las escaleras para ir y venir, y estoy descubriendo una amplia gama de métodos educativos revolucionarios, como llamar a tu hijo “maricón hijo de puta” cuando pisa “lo fregao” o enseñarle letras de lo más explícitas de reaggaetón para tenerle entretenido. (Aquí debería apuntar que “Daniel”, al que también oigo hablar y correr y llorar y gritar, no levanta un metro del suelo y tiene aún la lengua de trapo.)



He intentado tomarme la revancha: cuando ella canta a grito pelado sevillanas, yo pongo a toda leche Crawling, de Linkin Park. Pero no me sirve de nada, porque en lugar de hacerles enrojecer a ellos, lo que consigo es volver locos a los demás residentes… Y eso no es justo.


Aunque como no les he oído quejarse, puede que estén sordos…

Mi vida es una fiesta.

Y lo mejor de todo es que, yo, trabajo desde casa.



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