Me han llamado "pobre"...



Porque sí, es así, hoy, me han llamado “pobre”. Porque, a juicio de mi interlocutor, tengo mucha ropa. Así, si más. Tócate un pie.

“¡Hay que ver la de ropa que tienes!” ha sido el inicio de una breve conversación en la que, sorpresa, sorpresa, ha trascendido mucho más de lo que parecía a simple vista.

¿Tengo mucha ropa? Depende con quién se me compare. Entiendo que comparada con esta persona debe ser así.

¿Que si la tengo? Pues puede ser. Afortunada o desafortunadamente para mí, gasto la misma talla que cuando tenía 19 años. Así ha sido, que cuando hoy me han espetado esto, coincidía que mis vaqueros cumplían casi una década en mi armario (falta de tinte en las costuras y un sutil agujerillo en la zona del muslamen izquierdo lo atestiguan). La camiseta era más reciente, solo contaba con un par de años, como el jersey.

Para responder, he realizado un rápido cálculo mental: “si por mi cumple me regalan ropa, por Navidad siempre cae algo también, y cuando lo puedo comprar yo misma, algo pillo también… multiplicado por 9 años gastando la misma ropa, teniendo en cuenta que no tiro nada a no ser que se rompa, y como yo no suelo ir de un sitio a otro arrastrándome cual gusano… Sí, tengo mucha ropa”.

Todo esto, en las décimas de segundo que han separado el “¡Hay que ver la de ropa que tienes!” del “Es que yo flipo, porque solo eres becaria”.

Aaaaah… Amigo, haber empezado por ahí. Que la cantidad en sí da igual, que lo sorprendente es que yo, una humilde becaria pueda ir cinco días seguidos a trabajar sin ponerme las mismas bragas…

Claro, claro… ¿Cómo lo haré? Si está más que claro que con lo que se me paga no debería llegarme para comer, ¿cómo puedo permitirme el lujo de tener más de dos pares de pantalones?

Entonces, aquí, mi interlocutor se ha cubierto de gloria: “Tendrás un novio rico, porque vamos…”.

Eso debe ser, ¿no? Que soy becaria para ocupar el tiempo entre compra y compra porque tengo la vida resuelta, que me mantiene un novio. Uno rico además.

Llegados a este punto se me ha levantado sin querer la ceja, la derecha para ser concretos (porque si tú me pides que la levante, no puedo; ahora, dime algo que me crispe, verás cómo cobra vida); y muy rápido, como en décimas de segundo, he pensado en responder mal. Pero luego, también muy rápido, he pensado, “¿para qué?”.

“Pues no, de momento es un pringado como yo, pero oye, a eso aspiramos, a ser ricos, ¿quién no?”. Y me he reído y me he marchado.

¿Qué mejor contestación se le puede dar a una persona que te considera de una clase social inferior a la suya, que presentarte lo que queda de mes cada día con un modelito distinto?

Clases sociales a mí… ¡Ja!

Entradas populares de este blog

Tetas, tetas, tetas

Vivir en el infierno, o tener de vecinos a Homer Simpson y señora

Carta a una excompañera